El monumento más significativo de la capital del Santo Reino es sin lugar a dudas, su magnífica catedral.
Sólo por ver esta maravilla de la arquitectura renacentista merece la pena penetrar en las calles de la capital, sumergirse en el caos circulatorio de la misma y acceder como se pueda hasta llegar a la plaza de Santa María, donde, sin prisas, podremos apreciar cada uno de los detalles que esta joya de la arquitectura depara a los visitantes que saben mirar con los ojos del ayer.
Sólo por ver esta maravilla de la arquitectura renacentista merece la pena penetrar en las calles de la capital, sumergirse en el caos circulatorio de la misma y acceder como se pueda hasta llegar a la plaza de Santa María, donde, sin prisas, podremos apreciar cada uno de los detalles que esta joya de la arquitectura depara a los visitantes que saben mirar con los ojos del ayer.
La obra, en la que trabajó Andrés de Vandelvira, no desmerece en absoluto de otras catedrales que se encuentran en España, y al verla de cerca podremos apreciar que se trata de una inmensa mole de piedra labrada con bellísimas líneas y formas proporcionadas, llamado la atención su imponente fachada y sus dos torres campanario de simétrica factura, que aportan al edificio una aire de equilibrio y al mismo tiempo una imagen de verticalidad.
En el interior. Recogimiento y respeto. Podemos sobrecogernos al admirar las bóvedas de sus naves o la magistral sillería del coro o visitar pausadamente cada una de las capillas laterales para luego detenernos y rezar ante la talla de Nuestro Padre Jesús “El Abuelo”, que tanta devoción tiene en la capital jaenera y alrededores.
Es la catedral la iglesia principal que ha dirigido y visto la vida de generaciones de católicos, y que ha estado presente ante las vicisitudes más trágicas o afortunadas del devenir de la historia capitalina. Contemplar sus muros y rejas es saber, que esas mismas piedras fueron vistas y tocadas por cientos de hombres y mujeres antes que nosotros. Sólo por eso, se merece más que un respeto. Para los católicos, el saber que en ella se encuentra el Santísimo o la reliquia del “Santo Rostro” debería ser más que motivo suficiente para protegerla de los ataques de los nuevos “inquisidores laicos” que quieren convertir todo lo sagrado en “museo” o “ruta turística”, desacralizando todo lo que para nosotros es sagrado y merecedor de veneración.
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